sábado, 26 de marzo de 2011

No nos dejemos atribular por insignificancias.

"En la ladera de Long´s Park, en Colorado, se hallan los restos de un arbol gigantesco. Los naturalistas nos dicen que este árbol se mantuvo en píe durante unos cuatrocientos años. Era un vástago cuando Colón desembarcó en la isla de San Salvador y se hallaba a mitad de su desarrollo cuando los peregrinos se establecieron en Plymonuth. En el curso de su larga vida, fue alcanzado por el rayo catorce veces, pasaron sobre él los aludes y las tormentas de cuatrocientos años. Sobrevivó a todo eso. Finalmente, sin embargo, un ejercito de escarabajos lo atacó y acabó arrasándolo. Los insectos se abrieron paso a través de la corteza y destruyeron gradualmente la fuerza interior del arbol por medio de sus ataques, diminutos, pero incesantes. Un gigante de la selva, que no se había marchitado con la edad, que no había cedido al rayo, que no se había doblegado ante la tempestad, cayó al fin ante bestezuelas tan pequeñas que un hombre hubiera podido aplastarlas entre su indice y su pulgar".
¿No somos nosotros como este batallador gigante de la selva? ¿No nos arreglamos de un modo u otro para sobrevivir a los raros aludes, tormentas y rayos de la vida, aunque sólo para dejar que nuestros corazones sean devorados por las sabandijas de la preocupación, por unas sabandijas que pueden ser aplastadas entre el índice y el pulgar?
La vida es demasiado breve para ser pequeña. Estamos aquí en la tierra, con pocas décadas para vivir, y perdiendo muchas horas irremplazables en rumiar agravios que, al cabo de un año, habrán sido olvidados por nosotros y todo el mundo. Dediquemos nuestra vida a acciones y sentimientos que valgan la pena, a las grandes ideas, a los efectos verdaderos y a las empresas perdurables.
 No olvides que las preocupaciones sin importancia nos desagradan y nos angustian, sólo porque las exageramos.

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